Francisco Rojas Costa

Una idea se caracteriza como una proposición que permite y genera un razonamiento. Éste es un componente eminentemente abstracto, carece de sustancia en el mundo sensorial y sólo viene a tener relevancia en la medida que desarrollamos mecanismos físicos que ejecuten nuestros músculos.
Las ideas como nuestro lenguaje viene a ser el sistema operativo con el cual gestionamos nuestra existencia; es por medio de la comparación, asociación y deducción la forma en que expandimos nuestro conocimiento y quizás lo más importante, la forma en que percibimos nuestra realidad.
Esto es de tal importancia que el filósofo Wittgenstein llegaría a afirmar que “las fronteras de mi mundo las delimita mi lenguaje”. Es decir, con más idioma, más sofisticación y más extensión de nuestras forma de vivir.
De ahí lo vital que es desarrollar una conciencia que no s´ólo se preocupe de ser un depósito de datos e información irrelevante, sino que seamos capaces de desarrollar un criterio que nos permita solucionar desde nuestros problemas más básicos como la alimentación, a elementos más complejos como el desarrollo de un sistema computacional.
La ideología entendida en su plano más reducido, como narrativas comunes compartidas, nos pretenden una impostación de verdad y razonamiento: mi idea y mis argumentos ya no son un acto personal, son una herramienta destinada a generar un cambio sin importar el costo asumido.
Elegir, desechar, destruir nuestros ídolos para forjar valores que valgan la pena mantener, son la tarea del Superhombre nietzscheano. Si no aprendemos a controlar nuestras ideas (y mucho más importante, nuestras emociones) es probable que ellas nos terminen controlando a nosotros (y, en su peor posibilidad, que estemos siendo controlados por otros) para alcanzar una plenitud vital.